01. de la lógica estatal a los flujos del mercado
La lógica de Estado dispone siempre algo que tiende a ausentarse de la vida social, un nivel meta, un segundo nivel articulador. El cambio de subjetividad que estamos transitando es el pasaje de la hegemonía de la categoría Estado a la hegemonía de la categoría mercado. Esa articulación en términos de mercado, o mejor, ese modo de funcionar en términos de mercado, supone no sólo un cambio social en el sentido de que una institución cambia, pierde su hegemonía y otra va a ese lugar sino que no hay una sustitución de lugares. El mercado no ocupa el lugar que antes ocupaba el Estado, no lo sustituye satisfaciendo de otro modo las misma! funciones pero ocupando el mismo lugar. No se trata de una sustitución estructural sino una subversión. En este sentido, la lógica de mercado es de otro orden. Llamarla lógica es un vicio de pensamiento. Hablar de leyes de mercado es un eufemismo galileano. El mercado es el reino de lo que es de hecho y lo es porque se establecen conexiones, y conexiones sin que se arme una lógica capaz de anticipar, de prever, de significar a priori lo que puede acontecer Ahora bien, todo el pensamiento político de alternativa siempre estuvo ligado a apropiarse del Estado, a transformarlo. Pero hoy parece muy claro que entre tomar el Estado y tomar el poder, lo único que hay de común es el verbo tomar. Porque ya el Estado no se enuncia como poder soberano: la lógica del Estado se destituye cuando el Estado asume que no hay soberanía económica, es decir que la globalización es la condición real a partir de la cual los Estados son nada más que provincias administrativas de unos flujos de capital que son autónomos. En el enunciado del cambio de época, hay autonomía, automatismo de los flujos de capital. Los Estados no son soberanos al respecto. Los Estados son soberanos sólo en la administración de los efectos o en la respuesta frente a los estímulos, pero no son soberanos del principal nutriente de la vida social, que son los mercados de capitales, que se autodeterminan.
Se podría pensar la destitución del Estado como articulador general de la vida social, la destitución del Estado como meta-institución donadora de sentido, como una postulación de la autonomía de los flujos de capital, del automatismo de los flujos. Hay naturaleza, hay cultura, y hay capital: es una manera desaforada de decirlo, pero al menos postula algo que habitamos contemporáneamente. El capital es el producto de la cultura, pero se desprende de cualquier regulación cultural y opera como una condición natural o ultrasocial caótica por debajo de los vínculos culturales.
Se habla de flujos de capital. Metafóricamente uno podría pensar que el Estado apoya sobre la solidez del territorio: hay un territorio sobre el que el Estado ejerce el monopolio del ejercicio legítimo de la fuerza, impone su soberanía. Ese territorio es continuo, es un espacio cerrado, un espacio topológicamente caracterizado como interior respecto de otra cosa que es exterior. El mercado se enuncia ya no en términos de solidez sino de fluidez. Interior y exterior no tienen sentido para el capital. Ontológicamente, nosotros, hijos de la subjetividad estatal, privilegiamos el estado sólido de la materia como real. Nuestra subjetividad le da valor de entidad sólo a lo sólido, nuestra lógica es la lógica del sólido. Ahí hay un privilegio indebido de un estado de la materia, como si ese estado de la materia fuese el estado real, mientras que los otros son alterados.
El equilibrio es real, el desequilibrio es alterado; la conexión entre dos puntos es natural, la desconexión es una alteración. ¿De dónde surge este modo de percepción? Surge de nuestra experiencia estatal. El capital opera en términos de flujo, mucho más cuando puede virtualizar sus operaciones, es decir, cuando no necesita de tiempos reales de acarreo, cuando el ciberespacio puede unir todo el globo sin duplicar las distancias espaciales. Entonces, si el Estado se apoyaba sobre la solidez territorial, ahora tendríamos que pensar que entre el territorio y el Estado se ha abierto un hiato y que el Estado ahora "apoya" sobre los flujos de capital.
Un sólido es sólido porque la conexión entre dos puntos cualesquiera es necesaria, mientras que un fluido es fluido porque la conexión entre dos puntos cualesquiera es contingente. Esa fluidez nos proporciona otro paradigma de lo real, como si uno dijera que el estado fluido puede ser el nuevo paradigma de lo real —al menos para sacarnos de encima la hegemonía indebida de las metáforas de lo sólido. Creo que hay que pensar en los tres estados como tres estados y punto, pero para sobrecargar la nota, pensemos la fluidez no como un puro deshilván sino como otro paradigma de consistencia, como otra modalidad de ligadura, como otra capacidad de sostener y de, también, licuar.
Todas nuestras herramientas críticas pretenden ser dinamiza-dores, pero la dominación actual en términos de mercado se pauta en términos de velocidad: el más fuerte es el más veloz. El fluido, en general, tiende a disolver, es decir, a transitar cada vez más velozmente. Y esa es nuestra inercia, al menos nuestra inercia. Se podría decir que tenemos dos inercias: la estatal y la mercantil, de quietud y de vértigo; tan asubjetiva una como la otra porque en ambas quedamos plegados a quietudes o a movimientos que son automáticos, no subjetivos. La inercia del vértigo está casi inexplorada desde el punto de vista teórico. Todo el pensamiento crítico, político, psicoanalítico tiende a situarse de entrada en una escena donde hay algo quieto que hay que poner en movimiento. Muy raras veces uno se encuentra con alguien que está dispuesto en la escena de un vértigo que hay que desacelerar, pero desacelerar el vértigo tiene tanta potencia subjetiva o crítica como acelerar una quietud.
02. prácticas estatales y prácticas mercantiles
Nosotros pensamos, según un esquema en el que hay prácticas y las prácticas, que tienen una lógica, una operación o unos procedimientos, moldean los cuerpos y las almas. Son prácticas que instituyen marcas. No nos importa, en principio, en qué superficie, si es una superficie psíquica, física, la categoría misma de la superficie no nos interesa sino el que haya marcas. La subjetividad la consideramos como el conjunto de las marcas, se liguen como se liguen, de las diversas prácticas en las que un cuerpo está implicado, o dos cuerpos están implicados.
El esquema en base al cual habíamos pensado la lógica estatal consiste en unas prácticas articuladas a partir de un Estado, que después trama las marcas en estructuras. Si las prácticas están ligadas entre sí en un sistema, las marcas son marcas para operar en un sistema y se traman entre sí en una estructura. Pero podría darse el caso de que estas prácticas sean heterogéneas, es decir que no sean partes de un todo sino distintos fragmentos producidos por la dispersión mercantil. Entonces no tendríamos uno, dos, tres, cuatro, sino uno, A, alfa, I, como si ya no se tratara de términos del mismo alfabeto, del mismo sistema de numeración, sino elementos heterogéneos. Si las prácticas pertenecen todas al mismo lenguaje, entonces estamos en una situación de Estado, porque se articulan en una totalidad, pero si las prácticas son de procedencia heterogénea, entonces cada una inaugura su lenguaje y las marcas no podrán ligar del mismo modo.
Foucault investigó sobre cómo, en la lógica de Estado, los distintos espacios están regidos por la misma lógica, la lógica de la vigilancia, la lógica legal, la lógica del panóptico. La familia, la escuela, la fábrica, el hospital, la prisión, la milicia, son todos dispositivos isomorfos: todos iguales ante la ley; siempre hay una tercera instancia que nos simetriza y nos vuelve semejantes. Cada espacio de encierro produce la subjetividad pertinente, del preso, del obrero, incluso del loco, no del loco en su patología sino como tipo instituido, manteniendo el isomorfismo estructural. Hay estructura porque el Estado, como matriz, opera en cada una de las partes, y respecto de cada una de las partes, el Estado está en posición de panóptico. En cada institución hay un panóptico, pero el Estado a su vez panoptiza al conjunto de instituciones. Esta es la idea de metainstitución estatal: el Estado es una metainstitución que asigna a cada institución su matriz, pero también su función, su sentido.
Las marcas podían ligarse en la misma estructura porque las prácticas procedían de la misma lógica, pero en condiciones de mercado, en esa dimensión fluida de la que venimos hablando, cada fragmento se autoorganiza como puede y conecta con otros de manera más o menos densa, más o menos azarosa. Así, las marcas que proceden de estar en una lógica no son necesariamente compatibles con otras. ¿Qué pasa cuando hay un esquema en el que las prácticas son uno, A, alfa y I, y las marcas son uno, dos, tres, cuatro? Esta estructura, desde el punto de vista de la estructura psíquica, estará bien ligada, pero desligada del campo operatorio. El diagnóstico fundamental, en el campo de la subjetividad, es de pertinencia o anacronismo. ¿Esta marca es pertinente para la situación o es anacrónica? Esta marca, esta operación, este efecto, o bien tienen capacidad operatoria sobre la realidad en que está operando o bien la lee según una matriz que ya no está presentada en las prácticas sino representada en las marcas. Por ejemplo, las marcas fundamentales en la organización subjetiva estatal derivan de la relación con la ley: La ley está en todas partes porque el Estado se constituye jurídicamente. La idea misma de constitución es de constitución jurídica. "¿Por qué hay leyes en todas partes?" dice Nietszche, ¿por qué hay leyes en el cosmos? Por transposición del Estado. ¿Por qué existen las leyes de Kepler? Por transposición del Estado. La ley es siempre un tercero que vuelve semejantes a los otros. La caída del Estado significa la caída de este nivel meta, con lo que todo pasa a ocurrir en el mismo plano. En ese plano no hay una superioridad tópica de la ley. La ley es uno más de los recursos de la situación. Esto no significa que no hay leyes, significa que las leyes no son la clave de las situaciones sino un recurso más.
[Marcelo Campagno e Ignacio Lewkowicz. “La historia sin objeto y derivas posteriores”. Editorial Tinta Limón. Buenos Aires, 2007]
No hay comentarios:
Publicar un comentario