DISPERSOS EN EL SIGLO XXI:
UNA
INTRODUCCIÓN
Una conversación entre Juan Carlos Ramírez Figueroa y
Franco Ingrassia
Los lazos sociales en el siglo XX fueron regulados por las prácticas
estatales.
Hoy, es la operatoria mercantil quien le disputa al Estado la
producción de sentido y la composición de colectivos humanos.
En la vieja lógica estatal primaba la estructura sobre la innovación.
Rebelarse ante ese mundo (y construir alternativas) pasaba por romper
esa estructura.
Algo muy distinto en la lógica de mercado en la que estamos sumergidos.
Porque acá lo central es la dispersión.
Desde nuestras relaciones sociales hasta la incertidumbre por el futuro
giran en torno a lo disperso.
Porque las estructuras fueron reemplazadas por las redes: pasamos de lo
fijo a lo flexible, de lo estable a lo mutante, de la reproducción de un
ordenamiento a un estado de permanente recomposición.
¿Cómo podemos construir una alternativa (o rebelarnos) si ni siquiera
reconocemos los pedazos de la vieja estructura reemplazada por el mercado?
Ese es el paisaje histórico (de consecuencias radicales) al que apela el
proyecto rosarino Estéticas de la Dispersión:
La mutación
de las sociedades con mercado (donde el intercambio mercantil era un momento
más de la experiencia social) en sociedades de mercado (donde el intercambio
social es un momento más de la operatoria mercantil) plantea una serie de
redefiniciones tanto para la producción estética como para la crítica.
Una ruptura,
por ejemplo, tiene cierto sentido en condiciones estatales de estabilidad estructural.
¿Qué sentido tendrá bajo condiciones mercantiles de innovación continua? ¿Cómo
orientar las prácticas estéticas (la producción de regimenes de sensibilidad)
en un contexto de dispersión, donde cada imagen, cada experiencia, cada
enunciado se produce de forma efímera, para ser reemplazado por otro en el
encadenamiento incesante y vertiginoso de las dinámicas del consumo?
El proyecto
estéticas de la dispersión se propone construir un espacio de elaboración en
torno a estos interrogantes mediante encuentros, talleres y publicaciones de
diverso tipo.
Sobre estos tiempos dramáticos -donde apenas intuimos las razones del
fracaso de las alternativas y proyectos antisistémicos- conversamos con Franco
Ingrassia uno de los presuntos implicados en este movimiento de reflexión y
acción.
OLVIDAR A FOUCAULT O LA MODALIDAD UNIVERSITARIA
QUE NEUTRALIZA LA INTENSIDAD MILITANTE
JUAN CARLOS RAMÍREZ
FIGUEROA: Sobre la
idea de la dispersión, me parece que el fenómeno recogido en el texto
“sobre el proyecto” no ha sido muy reconocido por el debate intelectual. Y
menos en los medios masivos. Como si el capitalismo tardío que vivimos fuera lo
natural.
FRANCO INGRASSIA: Existen, aquí y allá, algunos análisis y
constelaciones conceptuales que se aproximan a la hipótesis de la dispersión.
Pero el hecho de que estos elementos se encuentren, digamos, dispersos, es algo
que puede ser leído desde la misma hipótesis de la que partimos.
Creo que, fundamentalmente, de lo que se trata es de un anacronismo. Los
medios intelectuales y militantes y la pequeña parte de los medios masivos de
comunicación que se hacen eco de sus debates, viene todavía dominados por una
generación formada en los 70 –pero se trata de una dominación sin proyecto ni
perspectiva, una pura dominación reactiva.
Si aventuras político-intelectuales como las de Deleuze, Foucault,
Castoriadis o la de los mismos Situacionistas (por nombrar sólo algunas)
resultaron intensas y valiosas fue justamente porque se propusieron desarrollar
una ontología del presente, es decir, de sus discontinuidades. Pero su presente
ya no es el nuestro. Más allá de las continuidades –es cierto, por ejemplo, que
el capitalismo continua y en ello podemos y hasta diría que debemos permanecer
con marxistas, pero ¿de qué modo?- creemos que el pensamiento sólo puede
recomenzar pariendo de la premisa de que se produjeron nuevas discontinuidades.
Sin embargo, la ontología postestructuralista/setentista todavía
perdura. Ya en la década del 80 Baudrillard propuso “Olvidar a Foucault” –y más
allá de compartir o no su fatalismo, podemos rescatar el gesto de intentar
salir de algo que, surgido como pensamiento devino luego saber circular- pero,
como suele pasar, quien resultó olvidado fue él. Y Foucault es recordado –salvo
contadísimas excepciones, como es el caso de Tiquun- en una modalidad
universitaria que neutraliza la intensidad militante de su proyecto. Así que el
olvido es doble.
ARGENTINA Y CHILE COMO LABORATORIOS DEL
NEOLIBERALISMO
JCRF: Me interesa mucho el tema de la mutación de las
sociedades con mercado a las sociedades de mercado. ¿Crees que
las dictaduras sudamericanas han apurado el proceso? (pienso en el Chile
neoliberal imaginado por los alumnos de Milton Friedman y puesto a funcionar
por Pinochet) ¿O hay otras causas más profundas que lo han propiciado?
FI:
Como en todo proceso de reestructruración capitalista, el recurso principal
para la producción de la mutación ha sido la violencia. Las experiencias del
Tatcherismo y el Reaganismo y demás procesos de neoliberalización en los países
“centrales” han tenido su propia violencia específica. Y en nuestra región del
mundo la violencia se configuró bajo los dispositivos del terrorismo de Estado.
Cierto escritor uruguayo, que goza de cierta mala prensa producto de su
sobreexposición pero del cual no hay razón para rechazar su obra en bloque,
afirmó hace tiempo que “los gobiernos militares intentan ocultar el carácter
económico de la violencia y los gobiernos parlamentarios intentan ocultar el
carácter violento de la economía”.
Siguiendo esta tesis, me parece que en países como Chile o Argentina se
reunieron condiciones extraordinarias para el desarrollo de verdaderos
laboratorios de neoliberalismo que permitieron una experimentación cruenta y
sin miramientos de lógicas y dispositivos que en los países centrales sólo
podían implementarse a través de una miríada de mediaciones y negociaciones con
toda la estructura institucional propia del Estado de Bienestar. En cierto
sentido, estas dictaduras fueron nuevas “campañas del desierto” y, como lo
indica el “nombre oficial” de llevó la dictadura argentina, verdaderos
“procesos de reorganización nacional”. La destrucción de formas de vida y modos
de sociabilidad incompatibles con la mercantilización fue llevada adelante
mediante un dispositivo de doble faz: una dimensión “tanatopolítica” de
exterminio de los cuerpos que encarnaban esas configuraciones subjetivas y una
dimensión “espectacular” de difusión capilar del terror en la población
restante.
Desde esta perspectiva, cobra sentido que la hipótesis de la dispersión
haya encontrado en esta región del mundo condiciones para su emergencia y
desarrollo. Uno puede remitirse, por ejemplo, a un breve texto de Saer llamado
justamente “La dispersión” para ver cómo desde momentos muy tempranos pueden
leerse este tipo de efectos sociales de la “vía sudamericana” de acceso al
posfordismo.
JCRF: Déjame ver si entiendo en la vieja sociedad
pre-capitalismo global existía un esquema Estatal que hacía la ruptura una
forma de lucha contra él. Ahora, al existir una dispersión es imposible
“romper” lo que ya está roto y felizmente aceptado como un modelo normal de
sociedad. ¿Explicaría eso el fracaso de los movimientos políticos, internet
como espacio de disidencia y movilización o la música con “contenido político”?
FI: Se
podría responder que sí, pero a condición de aclarar que se trata de un esquema
tan general que puede ser usado para explicar casi cualquier cosa…
Yo creo que las victorias y fracasos de las experiencias que intentan
construir subjetividades, modos de vida o mundos no reglados por el Estado o el
mercado hay que pensarlas situacionalmente: la singularidad de una apuesta
exige la singularidad de su pensamiento.
Pero sí podría arriesgar que hay un desplazamiento más o menos general
del problema (semántico) de los contenidos al problema (gramatical) de las
lógicas de articulación.
El mercado es indiferente a los contenidos. O, mejor dicho, sólo percibe
y opera con diferencias cuantitativas, de rentabilidad, entre los contenidos.
Es así como el “contenido político” de la música es, en términos mercantiles,
algo sólo diferenciable de cualquier otro contenido en términos de la ganancia
que puede resultar de su puesta en circulación.
De acuerdo esto, creo que lo interesante de la canción de protesta y el
free jazz de los 60, el hardcore de los 80 o ciertas variantes del hiphop de
los 90 no es tanto la cantidad de veces que se grite “fuck tha police!” sino
que son producciones culturales que –como muestran muy claramente documentales
como Imagine the Sound o American Hardcore – se insertaron en la
construcción de formas de subjetivación y modos de experiencia colectiva
articulados de acuerdo con lógicas que, si bien no dejaban de entrar en
relaciones complejas con el mercado, no podían reducirse de modo simple a un
mero campo específico de la operatoria mercantil.
“EL CAPITALISMO ES UNA CATÁSTROFE
GLOBAL“
JCRF: ¿Existe algún hecho puntual que haya terminado
por consolidar este modelo de la “dispersión”?
FI:
Me parece que uno de los problemas es que, justamente, no se trata de un modelo
sino más bien de una resultante. Es decir, no se trata de algo buscado por los
agentes que operan en el mercado –el resultado perseguido es uno y sólo uno: la
mayor rentabilidad posible- sino una especie de efecto colateral.
Un empresario decide llevar a la quiebra a su empresa trasladando su
capital a los flujos financieros. Busca una mayor rentabilidad que la que le
proporciona la producción industrial. El efecto colateral es el desvanecimiento
de la cohesión que producía el régimen fabril. Los trabajadores quedan en
dispersión. Pero ese efecto colateral puede devenir ocasión de experimentación
de procesos de autogestión productiva.
Si bien la dispersión puede considerarse un efecto de dinámicas
económicas objetivas es siempre una decisión subjetiva la que determinará que
experimentemos dicha dispersión como fatalismo de la desestructuración o nueva
condición para el desarrollo de experiencias de autoorganización en las que una
vida en común que sea a la vez una vida de lo múltiple y de las singularidades
resulte posible.
JCRF: Últimamente me he topado muchas veces con la
frase que Zizek atribuye a Frederic Jameson (¡incluso con autores que no citan
la fuente!): “Es más fácil imaginar una catástrofe global que un modesto
pequeño cambio en el capitalismo global”. Aquella frase, entendida en toda su
profundidad -me parece- sintetiza perfecto la dramática posición del ser
humano. Estamos tan inmerso en esta ideología capitalista que ni siquiera
podemos intentar “imaginar” un cambio en ella. A diferencia de la destrucción
total del planeta, donde si tenemos elementos para “proyectarla” en nuestra
mente… ¿Qué cosas te dispara esa frase?
FI: En primer lugar, se podría decir que imaginar una catástrofe global
es fácil porque, en cierto sentido, estamos viviendo en una. El capitalismo
global ES una catástrofe social global per se y la operatoria mercantil una
modalidad eficaz de obtención de plusvalía en medio de -y a causa de- la catástrofe.
Dicho esto, no creo que estemos tan inmersos en la ideología
capitalista como sugiere la cita. De hecho, pienso que el capitalismo es cada
vez más parasitario y menos exhaustivo. Su misma necesidad de recurrir a
procesos de innovación, cooperación e inteligencia colectiva lo llevan a ese
punto. Para retomar ciertas categorías de Marx considero que hay una tendencia
al pasaje de la “subsunción real” del trabajo en el capital (cuando el capital
organiza desde dentro el proceso productivo, como por ejemplo con la cadena de
montaje y con lo que se denominó la organización “científica” del trabajo
taylorista) hacia un nuevo tipo de “subsunción formal” (el capital se apropia
parasitariamente de un proceso productivo autoactivado). Y esto es así porque los
proceso cooperativos de innovación no pueden surgir en contextos de regulación
disciplinaria sino que necesitan de entornos inmanentemente autoorganizados.
Es así como uno no tiene más que abrir el Soulseek o participar de la
traducción cooperativa del subtítulo del último episodio de nuestra serie
favorita para tener una experiencia de circulación y producción de lo común que
prefigura modos postcapitalistas de sociabilidad.
LA GRAN ESTAFA DEL ROCK AND ROLL Y LOS NUEVOS
“REGIMENES DE SENSIBILIDAD”
JCRF: En estos síntomas y contextos que estamos
analizando, ¿no te parece que el rock, sobretodo post-1968 con su culto a la
personalidad y su “simulación” de contracultura (anulada inmediatamente
al estar sujeto al mercado) fue más bien el “sonido de la contrarrevolución? Me
explico: mientras el 95% de las personas tienen problemas concretos de dinero,
el reportero de la Rolling Stone profundiza en el discurso del rockero “que no
se revela del todo, que juega con su pasado, que te muestra una parte pero la
otra la oculta”. ¿No te parece que entre las personas que buscan llegar a fin
de mes y el “rockero” estrella que juega a ocultar/revelar sus monstruos
internos al periodista de rock hay un abismo?
FI:
Me parece una situación ambigua. Acuerdo con el diagnóstico de existencia de
una la situación abismal y con la crítica a la recomposición del rock masivo en
el ámbito de la mediatización contemporánea. Pero creo que todavía existe
cierta fertilidad del rock como cultura, al menos en dos planos: por una parte
siguen existiendo agrietamientos y –como planteó alguna vez Pablo Schanton-
ciertos momentos de “gimnasia transcultural” donde la cultura rock permite la
conexión o el pasaje entre la esfera del consumo masivo mercantilizado y
ciertos ámbitos contraculturales.
Muchos de nosotros nos enteramos en nuestra temprana adolescencia de la
existencia de alguien como Artaud gracias al disco de Spinetta o
de la existencia de Lissitzky y del constructivismo ruso a través del Man
Machine de Kaftwerk. Es decir, creo que esa “simulación de
contracultura” (“The Great Rock ‘n’ Roll Swindle” al decir de Malcolm
McLaren) tiene que recurrir a cierto contacto con elementos “propiamente”
contraculturales. Y lo que funciona como vía de mercantilización de la
contracultura bien puede recorrerse a contramano como proceso de acceso a
experiencias subjetivas no-mercantiles. En ese sentido, me parece que estamos
ante un problema similar al del estatuto ambiguo del carnaval: ¿simple
simulación de inversión del orden social con el fin de hacerlo más tolerable o
espacio de prefiguración de la sociedad por venir que activa la imaginación
política? Creo que se trata de ambas cosas a la vez.
JCRF: Cuales serían entonces los refugios para
los “regímenes de sensibilidad” en las sociedades de mercado
contemporáneas?
FI:
Me parece una pregunta clave. T.E. Lawrence decía que «la rebelión debe tener
una base inatacable, un lugar a refugio no solo de un ataque, sino del temor de
un ataque». Creo, en este sentido, que la producción de retaguardias
estratégicas, zonas de opacidad, puntos de autoorganización, instituciones de
lo común, etc. es fundamental en estos momentos. Hay múltiples
experimentaciones en curso en torno a estas cuestiones. En este sentido, parece
ser momento de reactivar la vieja consigna maoísta: “que 100 flores florezcan y
que cien escuelas de pensamiento compitan es la política de promover el
progreso en las artes y de las ciencias y de una cultura socialista floreciente
en nuestra tierra”. Momento para la invención colectiva singular y el
seguimiento atento y respetuoso del camino elegido por los otros.
Pero al menos considero que es posible proponer un criterio de
construcción común: atender a que en esos refugios resulte posible eludir el
riesgo de que el confort identitario /comunitario tomen el comando de la
situación, ya que esto implica el cierre sobre sí de la experiencia y la
renuncia a la expansividad que –aun a riesgo de disolución dispersiva- es la
base de cualquier apuesta de transformación social.
[la entrevista se publicó también en el #130 de la revista Campo Grupal en febrero de 2011: http://jcrfarchivos.wordpress.com/2012/11/04/dispersos-en-el-siglo-xx-febrero-2011-campo-grupal-argentina/]
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